El camino hacia la comunidad de las señoras de Schoenstatt

Vocación

¡Dios llama!
¿A mí?
¿De verdad?
Pero ¿para qué?
A menudo no es tan fácil responder a esa pregunta…
¿También a ti te pasa eso?
Sin embargo, es bueno plantearse una y otra vez esta pregunta:
¿cuál es mi lugar en este mundo, en el que seré feliz, en el que podré desarrollar lo que hay en mí, hacia donde me impulsa mi anhelo?

¿Es una vida entregada totalmente a Dios y a los hombres?
¿En medio del mundo, en mi ciudad, en mi trabajo?
¿En una especial comunión de vida con Cristo, aunque esa dimensión no sea visible a los otros?

¿Viviendo aparentemente sola, pero compartiendo el camino con otras mujeres,
sostenida por una comunidad
que es fuente y apoyo,
en la que se pueden recargar las fuerzas,
en la que se puede confiar
y con la que se comparte la vida?

¡No dudes en ponerte en contacto con nosotras!

¿Te gustaría hablar con alguien sobre esto o echar un vistazo en persona a la comunidad de las señoras de Schoenstatt?

El camino hacia la comunidad se recorre de forma progresiva y se extiende a lo largo de varios años. Las interesadas permanecen en el ejercicio de su profesión y en su entorno de vida habitual y acuden a encuentros de forma periódica.

Tiempo de introducción

El tiempo de introducción posibilita el conocimiento mutuo. La atención se centra tanto en la propia vocación como también en la comunidad. ¿Es adecuada esta comunidad para mi vida? ¿Encuentro apoyo en su espiritualidad? ¿Es una ayuda para el desarrollo de mi personalidad?

Comunidad de curso

En el caso ideal, la preparación se da en común con otras candidatas y se forma una comunidad de curso. En el curso van constituyendo una comunidad de vida que se encuentra de forma periódica también después del tiempo de introducción.

Vinculación

Al finalizar el tiempo de introducción se celebra un contrato temporal con el Instituto. Pasados seis años de vinculación temporal y tras un tiempo de preparación intensiva se celebra el contrato perpetuo. Este contrato es un compromiso recíproco entre la persona individual y el Instituto; es una nota distintiva de todos los institutos del Movimiento de Schoenstatt, y es la base de la vinculación a la comunidad.

Testimonios de vida

Cómo encontré mi vocación.

Cómo encontré mi vocación es realmente una historia larga, muy larga, un largo camino de búsqueda en diálogo con Dios y con aquellos que tan bien me acompañaron en mi camino. Ya desde mis años de juventud era para mí muy importante estar arraigada en Dios y darle a Él un lugar en mi interior. ¿Cómo se logra algo así? Esta pregunta siempre me ha movido interiormente. Después, la Providencia divina me condujo. Una vivencia que dejó una huella importante fue, por ejemplo, la JMJ de Colonia, en 2005.

En efecto, durante la preparación del evento estuvo peregrinando la cruz de la JMJ. Junto con otros jóvenes cargué esa cruz toda una noche, durante diez horas. Hoy quisiera recorrer ese camino de cruz junto con Jesús y María. En la gran vigilia celebrada en el momento culminante de la JMJ hubo adoración eucarística durante toda la noche en una tienda. Mientras los demás se entretenían fuera de la tienda, yo permanecí dentro en oración, y en ese momento me decidí por una vida de virginidad consagrada. Durante un buen tiempo más seguí buscando la comunidad concreta en la seguir ese camino. Un momento especial fue, entre otros, un encuentro con el papa Benedicto XVI durante un viaje a Roma de mi comunidad parroquial. Tuve la dicha de poder darle la mano. En ese momento yo llevaba un pañuelo con el logotipo de Schoenstatt. Él lo señaló y me dijo: «¡Buena decisión!». Más tarde, cuando me presenté a la comunidad de las señoras de Schoenstatt, me sentí muy tranquila, sabiendo que era lo correcto. Solo necesitaba todavía el coraje para la decisión, para dar el salto. Para mi camino vocacional fue muy importante la pequeña oración que dice: «Dios mío, condúceme al lugar donde tú prefieras que esté».

Una y otra vez me quedo asombrada de cómo puede darse una vocación.

Dios tiene innumerables caminos para atraer nuestra atención hacia él, para despertar en el alma de las personas el llamado a seguirlo. Una y otra vez me quedo asombrada de cómo puede descubrirse una vocación. En mi caso, acababa de cambiar de puesto de trabajo: estaba en un hospital recién construido, en un magnífico puesto como jefa de equipo de enfermeras en la unidad de neonatología. Se trataba de trabajar a pleno en un buen equipo, de conocer a mucha gente nueva en un lugar desconocido para mí. De ahí se emprendieron muchos proyectos y viajes en común que se convirtieron en el contenido de mi vida, de tal manera que, aun habiendo crecido en una buena familia católica practicante, con el paso de los años la vida religiosa fue perdiendo cada vez más importancia para mí. A menudo, al caer la tarde, cuando regresaba del trabajo, sonaban las campanas de la iglesia cercana a mi domicilio. Me alegraba oírlas, pero nada más. Si embargo, poco a poco se fueron adentrando en mi consciencia y, una tarde, se convirtieron para mí en una encrucijada: ¿iba a seguir así mi vida del todo profana? ¿No debería haber otra cosa, para que también mi alma tuviese su alimento y una meta? Aquella tarde me dejé atraer por las campanadas, que me llevaron a la misa de la tarde en la iglesia de St. Marien. Aquellas recurrentes misas vespertinas hicieron que mi alma se aquietara y que me planteara cada vez con más insistencia la pregunta de cómo debía seguir mi vida. En 1978 participé en el Día de los Católicos de la ciudad de Friburgo, donde fui también a la misa en la iglesia Maria Hilf. Durante esa misa se bendijo la piedra fundamental para una capilla: iba a ser también la piedra fundamental de una nueva vida para mí. Quedé cautivada por los cantos y símbolos de la misa, por la atmósfera alegre y por la apertura de las personas tanto durante la misa como durante la celebración de después. Sentí que allí vivía Dios, que allí estaba Él en medio de nosotros. En particular me conmovieron las palabras del predicador: dijo que toda persona está llamada a encontrar su camino hacia Dios, que Dios espera a cada uno, que nunca es demasiado tarde y que María nos ayuda en ese camino, que ella nos lleva a su Hijo, nos allana el camino si prestamos atención a los pequeños signos. Me acordé de las campanas de la Iglesia de St. Marien y sentí que esas campanadas estaban dirigidas a mí.

Ese día de septiembre, en que se bendijo la piedra fundamental del santuario de la vocación, fue mi primer contacto con Schoenstatt. Ahora quería saber más sobre Schoenstatt: me conseguí libros, y después fui por primera vez de visita a Schoenstatt y comencé a participar en encuentros de fin de semana. Un mundo nuevo se abrió para mí. Mi vida se llenó de un contenido distinto. Sentí que mi vida era atraída en una dirección que, aunque desconocida, me daba un fundamento. Vivir en alianza de amor con María, dejarse llevar por ella, aventurarse a tener una relación con ella y a dejarse formar por ella, vivir en comunidad con personas con la misma perspectiva… Sentí que mi búsqueda, mi inquietud interior, se había encarrilado en una dirección en la que valía la pena seguir avanzando. En el curso de los dos años siguientes mi camino se iluminó y encontró su meta en la comunidad de las señoras de Schoenstatt. Allí descubrí lo que le daba sentido a toda mi vida. La comunidad se convirtió en el centro espiritual de mi vida, y la vinculación con la comunidad y los encuentros periódicos se convirtieron en un apoyo y orientación importantes para mi vida, que se desarrollaba en soledad en mi propio entorno. Allí podía y puedo recargar energía y tomar impulso. Caminar en alianza con María es mi orientación y mi fuente de fuerza. Todo aquello que marca mi vida cotidiana, que me exige o que me alegra, los problemas de las personas que me han sido confiadas, todo puedo depositarlo a sus pies, y con ello encuentro seguridad, confianza y coraje para actuar.

En marzo de 1981 pude participar en la bendición del santuario de la vocación, y me tocó profundamente al enterarme de la inscripción que se había puesto en la campana: «Yo llamo a los llamados». Esas palabras se convirtieron para mí en una realidad vivida del actuar de Dios en mí y de la promesa de María de que ella recorre el camino en alianza conmigo, pues los primeros pasos en esa dirección me llevaron, a través del resonar de las campanas, a una iglesia consagrada a María.

¿Podría esta alegría ser también mi alegría? 

«¿Podría esta alegría ser también mi alegría?» De forma inesperada surgió en mí esta pregunta cuando, poco antes de hacer mi prueba de acceso a la universidad, participé en la profesión religiosa de dos jóvenes monjes en la abadía de Maria Laach. Los dos irradiaban felicidad. La pregunta no me dejaba más en paz. A veces la reprimía. En efecto, tenía otros planes para mi vida: vivir un buen matrimonio cristiano parecía tener mucho más sentido para mí. Quería tener cinco hijos y ser una buena madre. Pero la pregunta seguía ahí. En algún momento me confeccioné una lista con dos columnas: ¿qué cosas había a favor del matrimonio y cuáles a favor de una vida según los consejos evangélicos? La primera columna tuvo muchas entradas, mientras que la segunda, solo unas pocas. Con eso todo parecía quedar claro. Pero, en realidad, nada quedaba perfectamente claro, pues, como era evidente, la respuesta a mi pregunta no podía esclarecerse de esa manera. En aquel entonces comencé a adentrarme más profundamente en la espiritualidad de Schoenstatt, y poco después pasé a pertenecer a la comunidad de estudiantes del Movimiento. Un nuevo mundo se abrió ante mis ojos. Cada vez me quedaba más claro que Schoenstatt formaba parte de mi vida. Cada vez me atraían más la imagen de Dios, el amor a María y mis tareas como cristiana en ese mundo al que tenemos que dar forma. Por fin creí haber encontrado una respuesta posible. ¿Sería quizá el lugar de mi vocación un instituto secular de Schoenstatt, por ejemplo, el de las «señoras de Schoenstatt»? Pero todavía no podía o no quería comprometerme. En los estudios me presentaban ideales totalmente distintos. Ya llevaba más de dos años con la pregunta por la vocación en mi corazón, y no hablaba con nadie sobre el tema.

Una vez más estuve en Schoenstatt para Pentecostés. Sentí que había llegado el tiempo de decidirme. Recé fervientemente en la capilla de gracias, el santuario original de Schoenstatt, pidiendo descubrir mi vocación. De pronto lo supe: si sigo aquí por más tiempo, me convertiré seguramente en una señora de Schoenstatt. No obstante, los ánimos me fallaron por completo y salí casi huyendo del santuario. Apenas me había alejado unos pocos pasos cuando, de forma totalmente inesperada, se desató una lluvia torrencial. Era impensable regresar a la Casa Regina, donde las estudiantes teníamos nuestras reuniones, de modo que corrí en la dirección contraria: de regreso al santuario. ¡Un triunfo de la Santísima Virgen!

Hace ya mucho tiempo que soy una señora de Schoenstatt. Amo mi vocación y nunca me he arrepentido de la decisión tomada. Por el contrario, estoy muy, muy agradecida por esa vocación, que recibí de forma inmerecida, una vocación que no siempre es fácil de vivir, pero que es un camino de amor: de amor a Dios y a los hombres. A veces también otras personas parecen percibirlo. En esos casos suelo escuchar, de tanto en tanto: «Evidentemente, eres feliz. ¡A menudo estás tan radiante…!».