La capilla de Haus Regina

La capilla de la casa Madre refleja todo aquello de lo cual vivimos: una vida consagrada a Dios conforme a los consejos evangélicos en medio del mundo, en una sociedad globalizada y en gran medida secularizada.

Quienes traspasan la puerta de entrada de la capilla vienen llegando de las calles de este mundo.

Llegamos y permanecemos reunidas en torno al centro, el altar y el ambón, y reunidas en torno a Cristo y a María en la Cruz de la unidad, que es el signo de la misión que cada señora de Schoenstatt lleva consigo en la vida cotidiana.

La mirada se concentra en el sagrario y en esa cruz, signo de salvación y árbol de la vida.

Al pie de la cruz se encuentran los testimonios de la vida: anillos como signo de la unión eterna con Cristo, anillos de señoras de Schoenstatt ya fallecidas que consumaron su vida en esta vocación. Cada persona que entra en esta capilla viene llegando de los caminos de su propia vida, anhelando armonía y cobijamiento, anhelando el cielo, el azul que brinda acogida y eclipsa todo lo que le sale al encuentro en el mundo.

A esta capilla traemos todo aquello que hace hermosa nuestra vida, así como también todo aquello que la hace difícil: traemos a las personas para las cuales y con las cuales vivimos y traemos también el variopinto mundo de la cultura y de la tecnología, del dinero, la política y los poderes que determinan nuestra vida.

La capilla nos concentra en lo que realmente es importante en nuestra vida.

Por eso encontramos en ella:

Precioso oro en el sitio de la palabra de Dios, en el ambón, desde el cual se nos anuncia la palabra de Dios y desde el cual el Espíritu Santo ha de mostrarnos dónde y cómo el evangelio puede dar forma a nuestro mundo.

Oro en el sitio del Pan eucarístico, en el altar, desde el cual se nos regala la fuerza cotidiana para una vida en unión con Dios.

Precioso oro en el centro del ábside, en torno al sagrario, regalado por la generación fundadora a la que fue nuestra primera capilla.

Un espacio resplandeciente que alberga el Árbol de la vida y la Cruz de la unidad. Un brillo que concentra nuestra vida en Dios. Oro que impulsa a lo más alto, hacia el cielo azul, oro que une el cielo y la tierra, y que lo hace a través de nosotras, quienes, con Cristo y María, recorremos las calles de este mundo.